El paso de la niñez a la adolescencia provoca cambios en la persona que generan una nueva relación con su entorno, y que los padres suelen mirar con miedo y con recelo.
En todas las personas, cada cual a su ritmo, se producen cambios corporales: incremento de peso y de altura (“el estirón”), vello corporal y facial o la primera menstruación y el crecimiento de las mamas en las chicas.
El cerebro también sufre una serie de cambios de estructura y organización, empezando a ser más importantes las emociones que la razón. Los adolescentes tienen una nueva herramienta, un “nuevo cerebro” y, el reto, es saber conducirlo.
Aunque la pubertad se presenta entre los 11 y los 13 años, en niños con parálisis cerebral infantil los cambios pueden llegar más adelante.
La infantilización puede frenar la llegada a la transición, e incluso dejarla adormecida hasta etapas posteriores.
Cuando los cambios físicos son repentinos pueden provocar contracturas o complicaciones osteoarticulares a los que hay que prestar atención.
Algunos de los cambios psicológicos en esta transición son:
- La comunicación será más complicada y habrá que poner más medios.
- Necesidad de reafirmar su identidad e independencia frente al grupo, que pasa por no seguir el modelo de los padres, cuestionar su autoridad y enfrentarse a ellos.
- Cambios intensos y repentinos de humor.
- Interés por la sexualidad y las relaciones afectivas.
- Los amigos ganan protagonismo.
- Notan que están cambiando, ya no son niños pero tampoco adultos, y les cuesta aceptarlo.
Los padres/madres/tutores deben procurar:
- Aceptar estos cambios como naturales y propios de la edad.
- Asegurarse de que afrontan esta etapa con un buen nivel de autoestima y aceptación de sí mismos o trabajarlo.
- Elogiar el esfuerzo, reforzar los aspectos sanos de su vida y educar en la resolución de conflictos.
- No ignorar ni menospreciar sus preocupaciones, estilo y personalidad.
- Generar espacios de confianza, de escucha activa y de acompañamiento en los momentos tristes fomentando el respeto mutuo y de búsqueda conjunta de soluciones a cada situación.
- Asumir su orientación sexual, respetar su realidad, procurarles información y garantizarles un buen seguimiento de salud ginecológica y andrológica.
- No invadir su espacio de intimidad y soledad. Lo necesitan.
- No infantilizarles y educar en la responsabilidad para su propio cuidado y en la autonomía de lo cotidiano.
- Establecer normas y límites claros: los necesitan para llegar a ser personas asertivas y equilibradas. Concienciar de que los acuerdos se cumplen o tienen consecuencias.
Ir adaptando nuestras expectativas a la realidad, situación y personalidad de cada niño. Acompañar en todo momento desde el amor y el respeto.
A continuación, algunos consejos para facilitar la transición:
- Procurar que la persona tenga un grupo de amigos al que pertenecer.
- Buscar actividades deportivas, recreativas y artísticas que sean de su interés para quemar energía y promover sus capacidades y relacionarse.
- Buscar una pasión compartida con la familia para pasar tiempo juntos y facilitar espacios de comunicación: música, cine, deporte, etc.
- Buscar en la escuela o fuera de ella proyectos vocacionales que ayuden a preparar la transición a adultos.
- Incluirlo en responsabilidades domésticas dentro de sus capacidades.
- Disminuir la supervisión del adulto.
Actuar con amor y cuidado, siempre con la mirada abierta y confiada en las capacidades del niño, que a menudo son muy superiores a las que nos imaginamos.